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lunes, 15 de septiembre de 2008

Relatos Eróticos: La Doctora Sexo

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La Doctora Sexo con la ayuda de su enfermera tenía la solución perfecta para los problemas sexuales por los que estaba pasando este matrimonio

La verdad es que costó mucho que mi marido me convenciera de la conveniencia de acudir a la cita con aquella enigmática mujer. La Doctora A.J.T., más conocida como la doctora sexo por sus milagrosas soluciones a los problemas sexuales. Aquel anuncio, en la tercera página de un periódico local lo decía bien claro: "Si tiene un problema sexual no se amargue la existencia. Acuda a mí".

Somos un matrimonio bien avenido. Él tiene 29 y yo tengo 24. Soy rubia, de pelo largo y ondulado, mido 1,70, así que me considero bastante alta, sobre todo cuando llevo tacones de aguja como el que llevaba el día que fui a ver a la doctora. Tengo una línea bastante apetecible, ojos verdosos, cara ovalada, nariz recta, labios sensuales. Siempre me he considerado un bombón y no me han faltado pretendientes y he disfrutado del sexo con mi marido y. ¡Uy! ¡Que se me escapa!. Bueno, con otros hombres.

Desde hacía meses, no sé, no me corría. Lo intentaba disimular a mi marido, pero es inútil intentar ocultarle algo así. Hace unas semanas me propuso visitar a la doctora sexo y yo, finalmente, después de pensarlo mucho, acepté.

Tocó mi marido al timbre en una puerta en la que había una triste indicación "Consultorio erótico". Nos abrió una chica enfermera, que parecía vestir algo así como un uniforme de enfermera, blanco, pero la verdad es que, a bote pronto, a mí me pareció una puta. Era bajita pero delgada, de cuerpo gracioso, de curvas marcadas. Su falda dejaba asomar unos muslos gorditos y bien contorneados. Era dulce explosiva. A mi marido se le iban los ojos detrás del meneo del culo. Le dí un codazo.

- ¿Los señores P.? Pasen a la salita por favor.- Sus tobillos asomaban desnudos de las zapatillas y la pierna se alzaba depilada hasta ocultarse en la falda. Tenía dos pechos de los que se podían ver su magnitud por lo profundidad del canal. Su pelo era azabache, como el color de sus ojos.

Nos condujo hacia una salita y al cabo de un rato, nos llevó hasta el despacho de aquella mujer, de cuya pared sólo colgaba un titulillo dado por una academia que nadie conocía y para colmo, escrito en inglés.

La doctora nos rogó que nos sentáramos y al fin levantó la cara de un libro viejo que parecía de medicina. Era una mujer de unos treinta y cuatro años, rubia de pelo lacio que peina con una coleta larga, con la frente surcada por las primeras e incipientes arrugas, de ojos azules.

Llevaba una bata blanca abrochada, gafas que le dan un aspecto de empollona. Me fijé en sus dedos largos, sus manos delgadas y un anillo de acero en el anular.- ¿Y bien? Ustedes dirán.-

- Pues verá, doctora, mi mujer...mi mujer no se corre.-

La doctora me miró y preguntó -Y eso ¿A que se debe?.-
-No lo se.- Dijo mi marido
-Y tú ¿Qué dices?.- Me miró la doctora. -¿Te puedo tutear , verdad?.- Y antes de que le contestara.- ¡Total, me vas a enseñar el conejo dentro de un rato! ¡Ja ja ja ja¡.-

-Pues verá...es que no lo sé- Estaba colorada. La doctora interpretó que me daba vergüenza de hablar del tema delante de él.
-¡Caballero! ¡Va a ser mejor que se vaya usted fuera!.-

Mi marido estaba que no se creía lo que sucedía, pero aquella enfermera morena lo empujaba prácticamente fuera. La doctora volvió a la carga. -Es mejor así, así puedes contarme todo lo que piensas, cariño ¿Es él, verdad? ¡Dime que es él! ¡Ellos siempre tienen la culpa!- La doctora me había cogido la mano. La aparté con cierta brusquedad.

-No es mi marido... es que ya no siento lo mismo, es algo psíquico... o físico...-
-¡Sensorialmente!- La doctora sexo se puso de repente de pié al decir esto, parecía una iluminada. -¡Muy bien! ¡Manos a la obra! ¡Voy a reconocerte! ¿Marga?-

Así que así se llamaba la enfermera, Marga. -Por favor, Marga, ayude a la enferma a desnudarse.-

Me fui a desabrochar los botones de la camisa cuando de repente sentí lo pechos de la enfermera en mi espalda. Noté sus brazos a un lado y otro de la cintura y su cara sobre mis hombros y sentí como desabrochaba mi falda.

-¡Ay! ¡No se para que me he desabrochado la camisa!.- Dije aún un poco escéptica, al sentir la falda caer a mis pies.

-¡No importa, chata! ¡es mejor que se desnude toda!- Decía la doctora mientras me miraba con cara de maruja cotilla.- ¡Anda, ayúdale a quitarse las medias!.-

Marga deslizó sus manos por mis piernas, desde la parte alta de mis muslos hasta mis tobillos haciéndome sentir unas cosquillitas muy raras en mis piernas y en mi vientre. Me quité la camisa. Quedé así sólo con braguitas y sujetador. Eran unas prendas discretas y elegantes que hacían juego la una con la otra. Sentí las manos de Marga en mi espalda y mi sostén desabrochado. Puse mis manos sobre las copas para que no se cayeran. Me quedé muy sorprendida, pero más aún lo estuve cuando Marga tiró un poco de mis bragas hacia abajo. Mi reacción fue soltar el sostén y agarrarme las bragas. Sólo fue un ardiz para agarrar mi sostén y quitármelo.

-Verás cariño. Tenemos que probarte ante determinados estímulos. La terapia puede resultarte chocante pero funciona en un 95 % de los casos.- La doctora se sentó y llamó a su asistenta .-¿Marga? ¡Proceda!.-

Marga, en un momento, se desabrochó la bata blanca y salió de ella mostrando el cuerpo de una morenaza de pechos firmes y respingones, exquisitos. Sus pezones eran dos fresas puntiagudas y oscurecidas, bien delimitadas.

-Lo primero que vamos a hacer es probar la respuesta al estímulo pezonales.- Marga se acercó a mí tanto que estaba rozándome con sus pezones la parte baja de mis pechos. Yo era más alta que ella. Se cogió a mi cintura y empezó a restregarse contra mí. Se puso de puntillas lo justo para hacer coincidir los dos pares de pezones. Tenía unos pechos suaves y consistentes. Sus bolas se movían suavemente contra las mías.

A mi aquello me ponía cachonda. Nunca lo había hecho. La verdad es que pensarlo me daba asco, pero hay que tener en cuenta que aquello sólo era una terapia. Vamos, digo yo. Sus manos se deslizaron desde mi cintura, a través de mis caderas hasta las nalgas. Tiró de mis bragas hacia arriba y sentí incrustarse la tela en mi sexo y meterse entre los cachetes del culo. Marga buscó mi boca, encontrando mi rechazo, al menos las dos primeras veces que lo intentó. Pero como era tan pesada y sus labios eran tan rojos y tan blanditos, me entregué a sus besos a la tercera y mi boca ya se fundió con la suya sin remedio. Al fin y al cabo, era parte del tratamiento. Yo cerraba los ojos y abría los labios y ella, metía su lengua.

Sus manos se deslizaron por su cuerpo, esta vez en dirección a mis pechos que tomó con determinación, me rozó entonces los pezones con ambos pulgares, sintiendo yo que un calor recorría todo mi cuerpo. La Doctora me miraba por encima de las gafas.- Uhmmm, vaya, parece que sí que le funcionan los pezones...A ver...dale unas lamiditas.-

A metro y medio de nosotras, apoyada sobre la pared, la doctora observaba como la enfermera bajó su boca hasta mis pechos sin soltarlos de sus manos y me lamía los pezones, con lametones amplios y salivosos unas veces y otros, circundándolos con la lengua. La doctora rellenaba un historial.- Se le ponen gordos y excitados...funcionan correctamente.-

La noté que avanzaba por mi espalda mientras Marga continuaba mamándome ahora, y sentí sus dedos largos y fríos sobre mi espalda y poco a poco, deslizarse hasta mis nalgas y siguiendo la escondida textura de mis bragas, tocar, bajo mis nalgas el rincón más íntimo de mi cuerpo - Pero ¡Si está muy mojada! ¡Coño! ¡Yo diría que funcionas de putísima madre!.-

Eché mi cuerpo hacia detrás.. Marga mordió mi pezón con los labios y apretó, mientras que el otro pecho era apretado con la mano entera. La doctora me susurró al oído -Pero que caliente estás.- Y dicho esto, cogió de mi pelo lacio hacia atrás y al destapar mi oreja, introdujo su lengua todo lo profundo que pudo, haciendo que mi temperatura aún subiera más y sonsacándome un susurro de placer.

La doctora, una mujer templada, de treinta años, volvió hacia su sillón detrás de la mesa. -Marga, trabájale un poco los pies.- Y luego, mirándome a mí me dijo.- Es un punto que conocen los chinos en el que se produce el estímulo sexual, no te preocupes.-

Aquella morenaza debía tener unos 22 años. Me tomó de las manos y me llevó hasta una camilla de esas que hay en las consultas de los médicos. Me tumbé sobre ella mirando al techo. Marga recorrió mi cuerpo con la yema de sus dedos dirigiéndose a través de mi pierna hacia uno de mis pies. Lo tomó entre sus manos como un tesoro.- ¡Uhmmm! ¡Qué rico! ¡Tierno y carnoso como me gustan!.-

Acto seguido notaba su lengua humedecer varias veces la planta de mis pies y luego entre las comisuras de los deditos. Me hacía unas cosquillas deliciosamente insoportables, unas cosquillas que sobrepasaban la región de los pies y se extendían por todo el cuerpo, desde la nuca hasta los pezones y el clítoris, pasando por la columna vertebral. La doctora sexo tomaba nota y finalmente ordenó nerviosa, desabrochándose un botón de la bata.- ¡Cómele el coño de una vez!...¡Uy!...¡Perdón!...¡Proporciónale un estímulo clitoriano!.-

-¿Queee? ¡Nooo!.-
-¿Cómo que no? ¡No te puedes negar a hacer esta parte de la terapia! ¿Es que deseas ser frígida toda tu puta vida?.- Decía la doctora enfurecida.
-Yo....Yo...-
-¡Maaaarga!- Marga se decidió a tomar los bordes de mis bragas, los de la cintura, y tiró de ellos hasta poner mis bragas a la altura de las rodillas. Entonces metió su mano por uno de los huecos de las bragas por donde salen las piernas y agarró con los dedos el borde e hizo un nudo, de manera que mis piernas quedaron amarradas por las bragas. Acto seguido las puso sobre unos de sus hombros, así que mi sexo quedaba a su merced -¡Mira!- La escuché decir entusiasmada.

La doctora se levantó rápidamente y fue al lado de Marga.- ¡Es un coño perfecto!- Dijo la doctora.
-¡Qué rajita más bonita me voy a comer- contestó Marga.

La Doctora se quedó detrás de Marga, observando lo que su auxiliar hacía, con los brazos cruzados, mientras Marga pasaba la yema de sus dedos corazón y anular sobre mi rajita y los deslizó a través de ella separando suavemente ambos labios y rozando la crestita excitada de mi sexo.

Intenté taparme el sexo con las manos, pero la doctora, previendo mis intenciones, con un movimiento rápido y expedito me agarró los brazos, y cogiéndome de las manos, las llevó por encima de mis hombros. Marga seguía con los dedos acariciando mi raja para de pronto introducir el dedo corazón en la raja, primero horizontalmente y luego, a la segunda, verticalmente, por lo menos hasta la primera falange.

-¡Ahhhh!.- Gemí
-¡No temas cariño!- Dijo la doctora, luego, la ví apretar la mandíbula y decirme.-¿Te vas a estar quietecita? ¿Eh?.-
-¡Siiiii!-
-Marga, quítale las bragas para que pueda abrir bien las piernas.-

Al sentir mis piernas libres realmente las abrí, pero para poner cada una de mis pantorrillas en uno de los hombros de Marga. Ésta se agachó hacia mí haciendo doblar mi cintura y mientras introducía más aún su dedo, comenzó a lamer los pezones de mis pechos, que asomaban entre mis muslos abiertos. Mi sexo estaba empapado y el dedo de Marga entraba y salía lubricado.

Marga se mostraba confundida y la doctora sexo también, después de cinco minutos de magreo continuado y de mete-saca de dedo, yo estaba muy caliente, enloquecía de placer, pero no me corría. Marga acompañaba sus metidas y sacadas de dedo con lametones a mi clítoris y hasta la propia doctora se comía mis tetitas y las acariciaba con una mano, mientras con la otra se desabrochaba los botones de abajo da la bata y se introducía la mano entre las piernas. Miré más detenidamente y vi que su mano estaba dentro de sus bragas, que era lo único que llevaba sobre la bata. "Eso debe ser para que la enfermera no se sienta discriminada". Pensé.

La doctora no perdía ojo de cómo la enfermera me "trabajaba" el sexo. Ya estaba visiblemente enfadada.. - ¡Pues sí que está dura la puta esta!.- Al oírla hablar así de mí mi temperatura subió un grado.
- ¡Doctora, yo hago todo lo que puedo.- Le dijo Marga.
-¡Ya lo se! ¡Coño!.- Luego, más calmada le dijo -¡Venga! ¡Fóllatela!.-
-¿Queeee? ¡A míiii?.- Dije un poquito asustada
-¡Calla ya! ¡Coño! ¡Tú hoy no te vas de aquí sin correrte como una guarra!.-

Marga se apartó de mí. Yo intentaba incorporarme pero la doctora, que aún me agarraba de las manos me lo impedía. Luego, cuando ya estaba yo más calmada, es decir, que ya me había hecho a la idea de que me iban a follar sin saber muy bien cómo, la Doctora, "para que no me enfriara" se puso a acariciar ella misma mi sexo con sus dedos largos y delgados, que también me demostraban lo mucho que conocía su oficio.

Sus dedos acariciaban cada rincón de mi vagina, causándome un placer y una excitación enorme, pero sin conseguir que me corriera. Me despisté de que era lo que Marga hacía, así que cuando la vi pasar delante de mí me llevé una sorpresa al ver que en su vientre se cruzaban una serie de correas que venían de la cintura y que sostenían justo a la altura de su clítoris ¡Una polla!.

Intenté resistirse, pero una vez que Marga me cogió una de las piernas, le fue fácil separarla y meter su cuerpo entre ellas y acercarse poco a poco hacia mí, agarrándome ambos muslos a cada lado de sus caderas con sus fuertes brazos. La doctora abrió mis labios y sostuvo aquella polla semiflácida lo suficiente como para que la cabecita negra de aquella serpiente encontrara un sitio por donde meterse poco a poco. Pareció que el prepucio me miraba antes de meterse en mi vagina. Sentí mi vagina ocupada, pero esta vez de verdad, por algo gordo y largo.

Me fijé en que Marga tenía los pezones puntiagudos. Sonreía pícaramente. Se separó levemente de mí haciéndome partícipe de una sensación de liberación y a la vez de frustración, que se tornó al sentir aquella serpiente de látex introducirse de nuevo en mi vagina.

La doctora lo controlaba todo, participando con la lengua y sus dedos en la operación, besando mi boca y acariciando mis pezones.- ¡Ya sabía yo que lo que tú necesitabas era una buena polla!.-

Me volví a estremecer cuando Marga volvió a realizar el movimiento de caderas completo, muy despacio. Cada vez que lo hacía, sentía un enorme placer. Pero al cabo de un largo tiempo, Marga se desesperaba otra vez y la doctora sexo se enfurecía -¡No entiendo que le pasa a esta puta! ¡Pero coño! ¡Si se lo está pasando en grande! ¡Por más caña que le des!.-

Sentí entonces como la doctora extendía mi mano hacia mi sexo y agarraba mi clítoris entre los dedos, lo arrancaba, estiraba de él. Se le soltó otro botón de la bata y sentí en mi mejilla la suavidad de una masa de carne que resultó ser uno de sus pechos. Deseaba mamar de él, busqué su pezón, pero la doctora, que estaba muy concentrada en mi sexo, se levantó de golpe.

-Voy a probar con "literatura a ver que tal...Por que a lo mejor lo que te pasa es que eres de esas mujeres que disfrutan follando mientras su marido las llama zorra...o puta!.-

-El otro día tu marido estuvo aquí, quería ver si la culpa es suya y la verdad es que lo probamos y sabes...funciona de puta madre ¿Verdad, Marga?.-

Me puse furiosa al escuchar aquello, intentando separarme de Marga inútilmente. La doctora entonces me volvió a coger los brazos de nuevo y Marga comenzó a embestirme con furia. Al cabo de un rato la doctora proclamó su fracaso - Nada, ni literatura, ni pasión, ni violencia. Me voy a dar por vencida....espera...sólo queda....¡A ver! ¡A ver!.-

La doctora metió su mano por debajo de mis nalgas. Sentí como sus dedos se disputaban un aparcamiento dentro de mi sexo con la negra serpiente, pero luego, su mano descendió, hacia donde el sexo deja de ser chichi y se convierte en culo y luego, después de acariciarme allí durante un rato que se me hicieron un siglo de intenso placer, dirigió su dedo hacia mi agujero oscuro, se hundió entre las nalgas y me rozó mi último reducto virgen. Aquello, después de todo lo que había recibido, me puso como una moto, comencé a moverme yo misma contra el vientre de Marga, a ser yo la que se follaba a la serpiente negra.

-¡Ah! ¡Así que es esto! ¿Eh?.-
- ¡Eres una genio, doctora!.- Asentía Marga

Su dedo comenzó a acariciar mi ojete y luego a intentar introducirlo con una presión creciente. Empecé a suspirar, a gemir de placer, a correrme -¡Aaaaahhhhh Ooooohhhhh Aaaaahhhh!-

-Tócale tú el ojete.- Le dijo la doctora a Marga mientras ella se dirigía al armario que había detrás de su mesa. Marga, mientras me seguía metiendo y sacando aquello despacio, me agarró una cacha y fue metiendo poco a poco la mano hasta que sus dedos me rozaban el ano. Luego, siguió así mientras iba sacando su falo de mi sexo, prolongando de esa manera unos segundos más el clímax del orgasmo ya pasado y se echó sobre mí para comerme las tetas. Aquellas caricias post-orgásmicas eran tan deliciosas...

La sombra de la doctora se proyectó sobre nosotras. La miré y ante mí estaba, como una amazona lista para el combate. Desnuda, delgada, el espectro de una yegua famélica. El pubis poblado de pelos rubios, y en medio de él, sostenido por un juego de correas como el que Marga lucía, un pene postizo, de dimensiones más reducidas al que me acababa de penetrar. Éste, eso sí, de color rosa intenso y brillante. Marga se separó de mí y la doctora sexo me ayudó o me obligó a levantarme cogiéndome del brazo.

-¡Ahora vamos a ver si de verdad lo que te pasa es que te gusta recibir por el culo!- Me cogió de los pelos y me obligó a darle la espalda y reclinarme sobre la camilla, algo más levantada que si estuviera de rodillas. Mi vientre se apoyaba en la camilla pero mi torso asomaba por el otro lado. Me agarré a los extremos de la camilla.

-¡Puta! ¡Hay que ver el tiempo y el dinero que nos estás haciendo perder esta tarde!.- Me mantenía a duras penas en equilibrio en la inestable camilla. Sentí las rodillas delgadas de la doctora clavarse en la parte de atrás de las mías, luego su vientre sobre mis nalgas y aquel chorizo rosa me incomodaba entre las nalgas. Lo sentí moverse entre ellas un par de veces hasta que finalmente, la doctora me volvió a coger del pelo y me obligó a acercarme a ella doblando la espalda. Sentí como si un tapón intentara penetrar en mi ano y tras vencer los primeros intentos, lo sentí introducirse, haciéndome vivir una sensación hasta entonces nueva.

El puño de la doctora sostenía el falo y se me clavaba ligeramente en las nalgas, hasta que el miembro viril estaba bastante introducido dentro de mí. Me soltó del pelo. Me sostenía con los brazos extendidos sobre la camilla. Ella me cogió de la cintura con las dos manos. Mi culo se acostumbraba a sentir aquello dentro cuando la doctora se comenzó a mover hacia delante y hacia detrás, haciendo que su falo me rozara, y haciendo que de nuevo mi clítoris se pusiera al rojo vivo, como mis pechos.

Una sensación electrizante me recorría el cuerpo. Ahora la doctora me agarraba los pechos y me acariciaba el clítoris e incluso introducía un dedo dentro de mi rajita rehumedecida mientras me follaba el culo.

- ¡Vamos Zorrita! ¡Dile a la doctora que te vas a correr otra vez! ¿Lo ves como te gusta que te den por detrás?.-
- ¡Aaaaahhhh! ¡Síiiii! ¡Dame más! ¡Aaaaahhh!.-

Caí desfallecida sobre la camilla, con las piernas dobladas, sin fuerza para sostenerme. Ella seguía con aquello dentro de mi ano, con su mano en mi sexo y su otra mano en mis tetas, besándome la nuca, el cuello y la espalda.

-Perdona que te haya llamado esas cosas...ha sido una sesión maravillosa...ha sido fabuloso conseguir que te corrieras...Ahora ya te puedes vestir e irte a hacer el amor con tu maridito.- Me dijo. Marga me sonreía maternalmente desde el otro extremo de la habitación, ya con el uniforme puesto.

Me incorporé mientras la doctora se ponía rápidamente la bata y se abrochaba los botones. Yo no tardé en estar vestida también. Hicieron pasar a mi marido que estaba más despistado que un cateto en Madrid. Se sentó junto a mí. Yo la verdad es que estaba un poco avergonzada, por que no sabía si realmente me habían sometido a un tratamiento o me habían hecho una tortilla.

-Bueno...Nos ha costado pero al final...-
-¿Qué le pasa a mi mujer, Doctora?.-
-Su mujer tiene un corrimiento del erogénico hacia las zonas anales.-
-¡Ahhhh! ¿Y....Eso es grave?.-
-¿es usted tonto o qué?. Lo que quiero decirle es que a su mujer le gusta que le trabajen el ojete! ¡Coño! ¡Que no se entera!
-Pero eso...¿es posible?.-
-¡Joder! ¿Es que tengo que darle por culo otra vez para que Usted lo vea?.- La doctora luego se dirigió a mí -¡Dile, cariño! ¡Dile como has disfrutado y las veces que te has corrido! ¿Te has corrido?-

Mi cara se sonrojaba por momento -¡Si!.-
-¿Y cuantas veces?-
-¡Dos!.-
-¿Y cómo ha sido la segunda?.-
- Con....Con...¡Con una polla en el culo!.-

La cara se me puso del color de los tomates, mientras que mi marido se puso amarillo, pálido.

-¿Ve? Lo único que tiene usted que hacer es cambiar un poco sus hábitos sexuales y cuando más emocionante esté el tema, pues va usted y le mete el dedillo un poco, o le mete la punta de un plátano...cosas así.-

Mi marido extendió un cheque por el valor del precioso tiempo de la doctora y encima le dimos las gracias. Ella me miraba feliz y satisfecha. Al salir, sobre la mesita de recepción había una tarjeta con la dirección de la doctora, en ella había hasta un e-mail: al que os animo a que escribáis para contarle vuestros problemas sexuales. Si me escribís os lo mando.

Cogí la tarjeta de la doctora y la guardé contra mi pecho. Yo no se si la volveré a ver o no. Soy capaz de inventarme cualquier cosa para volver a ir a verla. Lo cierto es que desde que mi marido sigue sus consejos, tengo una relación plenamente placentera y feliz.

1 comentario:

abha dijo...

muy bien comentado la berraquera